Enrique Sueiro
Top Ten Business Experts, 11 septiembre 2012
No trate de ser mejor orador que persona porque el público lo notará, venía a decir Quintiliano hace veintiún siglos. Concluía que el buen orador es una buena persona que habla bien. ¡Qué pauta tan acertada para quienes solemos hablar en público!
Hace unos días encontré un magnífico complemento a este consejo de labios de un orador sin el glamur de los focos, pero con el encanto del faro de quien hace amable lo bueno. Este Quintiliano anónimo susurró, con la credibilidad de ser y parecer auténtico, que para saber hablar, antes hay que saber escuchar.
Claro, escuchar resulta casi imposible cuando confluyen varios elementos con cuya amenaza convivimos hoy casi anestesiados: la prisa, el ruido y la saturación informativa. Cada uno de ellos por separado –y más aún todos juntos– estrangula la capacidad de percibir el sosiego de la voz baja y de penetrar el contenido de lo profundo.
Si no todas, muchas de las cosas importantes de la vida conviene hacerlas despacio. Cada uno prioriza a su antojo y acelera/ralentiza a su gusto. Además, cierto correlato entre lo personal y lo corporativo se acentúa cuando es un alto directivo quien acelera/ralentiza o grita/susurra.
¿Solo escuchamos a quien amamos?
Una aplicación actual en este sentido son las comunicaciones instantáneas y múltiples. Ocurre como con los idiomas: no me importa tanto saber muchos, sino tener algo interesante que contar. Mutatis mutandis, las redes sociales serán fecundas en la medida en que las raíces personales sean profundas.
Una raíz sólida y profunda requiere cierto mimo, incompatible con resaltar lo periférico, atropellar lo delicado y desafinar lo armonioso. Entra aquí en juego la gestión del silencio personal… para empezar escuchándose a uno mismo.
Refinar esa sensibilidad favorece escuchar con el corazón. ¿Será cierto que solo escuchamos de verdad a quien amamos? En esa longitud de onda es posible lo que anhelaba el patrono de los periodistas en el siglo XVII: “¡Qué es el mundo entero comparado con la paz del corazón!”. Tal sensación echaba en falta alguien como Nietzsche cuando añoraba: “Nada me causaría más alegría que una conversación personal, no epistolar”.
Resulta paradójico que algunas de las conferencias que más me solicitan sean para “hablar” de “escuchar”. Este aprendizaje me compromete tanto como me estimula. La próxima cita, en el Congreso Nacional de RRHH sobre “Nuevos modelos de gestión de personas”, el 19 de septiembre en Bilbao. Para quien no pueda asistir, resumo lo conferencia en tres palabras: “Diriges si escuchas”.