Enrique Sueiro, autor del libro Comunicación y ciencia médica: investigar con animales para curar a personas (CSIC, 2010)
El País, 17 enero 2011
¿La experimentación con animales puede curarte?, ¿es legítima esa investigación?, ¿justifica la ciencia cualquier práctica en el uso de animales?, ¿la regulación legal es adecuada? El tema es mucho más complejo, delicado y matizable de lo que apenas se puede esbozar en estas líneas.
Coincido con Peter Singer en denunciar aberraciones cometidas en el pasado contra los animales al amparo de la ciencia. Son abusos impropios de la condición humana. En un encuentro personal en Nueva York le agradecí que, con sus libros, me abriera los ojos y la mente en un asunto desconocido para mí durante años. Tan es así que he cambiado de opinión, por el sencillo motivo de que yo desconocía una verdad. La ignorancia estrangulaba mi sensibilidad sobre el respeto que merecen esos seres vivos. En la conversación con el profesor de Princeton comprobé cómo estimulan los diálogos enriquecedores cuando buscamos honestamente la verdad. Constaté muchos puntos en común. También alguna diferencia sustancial porque trato de entender su postura, pero no alcanzo a asimilar su equiparación entre animales y seres humanos.
Comprendo a Laura Cowell cuando afirma: “Para controlar mi fibrosis quística y diabetes tomo diariamente entre 50 y 70 comprimidos, dos inyecciones de insulina y dos nebulizadores. Esas medicinas se han probado antes en animales, por lo que estoy muy agradecida a las personas y a los animales. Sin ellos, estaría muerta”.
Propongo armonizar datos y emociones. Animo a un esfuerzo divulgativo de los investigadores por enriquecer la cultura científica, con lo que implica de fortalecimiento democrático. La gente de la calle debe saber que sigue siendo válido el criterio de las 3R: reemplazar los animales por otros métodos eficaces de verificación siempre que sea posible, reducir al mínimo imprescindible el número de los utilizados y refinar el trato y las condiciones de animales de laboratorio. Tan importante como saberlo es practicarlo.
Celebro la nueva directiva europea sobre experimentación con animales, adoptada el 8 de septiembre y que podría entrar en vigor en los países de la UE dentro de dos o tres años. Apoyo el estricto control legal para proteger a los animales.
Reclamo con mayor empeño, si cabe, una protección superior para los seres humanos. No me parece congruente defender a los animales y promover la pena de muerte, las guerras o el aborto. El grado de coherencia entre lo retórico y lo real facilita un diagnóstico social determinante hoy.
Respeto hacia los animales y dignidad para las personas
Dudo que todo sean beneficios en la investigación con animales. Un icono de error del sistema fue la tragedia de la talidomida. Este fármaco se comercializó en 1956 como sedante y calmante durante los primeros meses de embarazo. Pronto se registraron miles de bebés nacidos con malformaciones: sin brazos, sin piernas y, en los casos más graves, sin ninguna de las cuatro extremidades. La talidomida se ensayó en animales y, después, se aprobó para humanos. EE.UU. no la autorizó, gracias al persistente escepticismo de Frances Kelsey, funcionaria de la Food and Drug Administration (FDA) empeñada en conseguir pruebas de que el nuevo fármaco era seguro, en particular, para los embriones. Sólo después de las consecuencias devastadoras en más de diez mil bebés de 46 países, nuevas pruebas en primates constataron ese potencial patológico. Quizá esta tragedia se habría evitado o minimizado con más o mejores ensayos previos en animales. El fármaco se prohibió en 1962, si bien años después se descubrieron efectos terapéuticos contra la lepra (1964) o el SIDA (1991).
Subrayo igualmente avances hoy cotidianos –sólo para parte de la humanidad– alcanzados gracias a experimentos con animales: vacunas, transfusiones, trasplantes, analgésicos, anestesias, etc. Por ejemplo, en 1921 se descubrió la hormona insulina, gracias a las investigaciones de Frederick Banting y Charles Best en el páncreas del perro. Por ser una enfermedad incurable, los tratamientos conseguidos han supuesto un alivio para millones de enfermos en todo el mundo que han pasado de tener que morir por diabetes a poder vivir con diabetes.
Comparto la idea de Kant: “En el reino de los fines todo tiene un precio o una dignidad. Aquello que tiene precio puede ser sustituido por algo equivalente; en cambio, lo que se halla por encima de todo precio y, por tanto, no admite nada equivalente, eso tiene una dignidad”. Singer y yo también hablamos de dignidad. En este punto discrepamos, pero seguimos buscando nuevas verdades y, por tanto, abiertos a cambiar de opinión.
Concluyo que el progreso científico precisa investigar con animales para curar a pacientes. Tal desarrollo requiere control responsable, ético y legal. Una mejor comunicación de los avances ayuda a que la sociedad entienda el uso de animales. La ciudadanía necesita datos y contexto para comprender el poliédrico mundo de la investigación médica. Parece razonable encontrar un punto medio entre las reacciones que priman lo emocional y los argumentos que omiten lo afectivo. Podemos conciliar respeto hacia los animales y dignidad para las personas.