Dirigir y comunicar: lecciones del Imperio Romano (21 febrero 2012)

Enrique Sueiro
Ejecutivos, 21 febrero 2012

 

¿En qué se parecen un emperador romano del siglo I y un CEO español del XXI? Los parecidos sustanciales son superiores a las diferencias circunstanciales. Leer para creer. El último libro de Javier Fernández Aguado, Roma, escuela de directivos, editado por LID dentro de la biblioteca que esa editorial dedica a uno de nuestros pensadores más reconocidos, compendia episodios clave de la antigua Roma paradójicamente replicados hoy.

Como gusta repetir al autor, saber Historia no sirve para nada, pero quien la ignora no sabe nada y multiplica errores evitables. ¡Qué relevante es la diferencia entre ignorancia comprensible, porque uno no puede saber de todo, y nesciencia reprochable, ya que hay asuntos de conocimiento obligado!

Además de uno de los pilares de la civilización moderna, la antigua Roma constituye una fuente inagotable de experiencia y conocimiento útiles para profesionales y organizaciones de nuestro tiempo. A lo largo de 352 páginas repartidas en 71 capítulos, Roma, escuela de directivos, indaga en los sucesos económicos, humanos, empresariales y políticos que iluminan con ejemplos que siguen vigentes.

Repasar de forma amena y profunda las vidas y los gobiernos de Julio César, Aníbal, Adriano, Escipión o Marco Aurelio ejercita una memoria tan histórica como práctica. Cabe comparar tal ejercicio con la combinación del espejo retrovisor, al que hay que permanecer atentos para aprender del pasado, y las luces largas, para acometer con ilusión y acierto el futuro.

La mayoría de los capítulos puede leerse de forma independiente y el título de bastantes revela de forma expresa la actualidad de sucesos pretéritos. Es el caso de “Verres: el administrador corrupto” o “De Farsalia a Madoff: la condena de la hibris”. Este último término era el empleado por los griegos para referirse al patológico orgullo que conduce a algunos a hiperconfiar en sí mismos e ignorar los consejos de los más experimentados. Aplicado al conocido ejecutivo de Wall Street, Javier Fernández Aguado apunta: “Al igual que muchos otros, quizá tuvo buena intención en su origen, pero la hibris –ese orgullo, insisto, que lleva a considerarse por encima de las leyes que afectan a los demás mortales– puede acabar conduciendo a túneles sin salida”.

Una de las constantes en el libro es, precisamente, la referencia a las contradicciones de la condición humana y, por tanto, identificables también en los dirigentes de cualquier organización. Como prototipo de esa paradoja, el autor desgrana las “palabras y antipalabras del liderazgo” de Adriano. Entre las primeras: justicia en lo económico y social, generosidad, magnanimidad, sentido de la realidad, cercanía a su gente, exigencia, formación personal, talento intelectual, buen humor y solidaridad.

Como contrapunto, su talante también incluía prácticas reprobables: deshacerse de quien no está de acuerdo, curiosidad excesiva, pasiones descontroladas, venganza, resentimiento, decisiones infundadas, soberbia intelectual, vanidad, crítica desmedida e inflexibilidad.

Ilustra mucho conocer los entresijos personales y corporativos de quienes lideraron durante siglos una gran empresa llamada Imperio Romano. Entre los mejores ejemplos para directivos y gobernantes, destaca a Marco Aurelio (no así a su hijo Cómodo). En primer lugar, resalta su formación continua y la elección de buenos consejeros: “Los directivos valiosos buscan asesores valiosos, los mediocres gente anodina que no les rete ni les haga sombra”.

Otra cualidad reseñable del liderazgo de Marco Aurelio fue su capacidad para delegar y trabajar honradamente. El pensador español explica que “apoderar no es lograr que los demás hagan con sus manos lo que nosotros llevaríamos a cabo si tuviéramos tiempo. Delegar es, más bien, formar a otros para que tomen decisiones autónomas sin estar mendigando continuamente el beneplácito del superior”.

Una particularidad de este sabio emperador le llevó a conciliar justicia y misericordia. En la práctica, se traducía en castigar al culpable, pero con menor severidad de la prevista en la legislación. Tal estilo, de alguna manera mitigaba el criterio que Maquiavelo propondría quince siglos después. A la preferencia de ser temido a ser amado, Marco Aurelio fue, por así decirlo, un gobernante amable, lo que le mereció el aprecio de su pueblo.

Trabajo, ilusión y suerte

La historia de Roma alberga múltiples capítulos susceptibles de aplicación para directivos. Un momento clave fue la batalla de Cannas, el 216 a.C., entre los romanos del imperio y los cartagineses de Aníbal. Una primera enseñanza proviene de algunas consecuencias de un gobierno colegial, ya que el Senado romano había previsto un sistema de jefatura a dúo: Varrón y Paulo. Lo que en sí mismo no conlleva peligros, porque cuatro ojos ven más que dos, puede tornarse letal.

La falta de autocrítica de Varrón le precipitó a una batalla para la que no estaba suficientemente preparado, tal y como le advirtió su socio, Paulo. La segunda lección recuerda que no escuchar a quien te imanta con la realidad acarrea consecuencias, en este caso, un fracaso cuya memoria didáctica perdura. Al nesciente Varrón y sus derrotas sucedieron el prudente Escipión y sus victorias. Esta fructífera transición necesitó algo tan elemental como reconocer errores.

A propósito de Escipión, Javier Fernández Aguado reflexiona: “El éxito en la vida es una peculiar mezcolanza de trabajo, ilusión y suerte. Sin embargo, para que los frutos sean duraderos, la Historia demuestra que es imprescindible combinar los tres. Quienes trabajen de forma rutinaria lograrán repetir objetivos previamente conseguidos, pero difícilmente innovarán si no cuentan con la ilusión capaz de convertir rutinas en hábitos. Por otra parte, quien mucho se esfuerce derrochando entusiasmo, precisará de un poco de suerte para que los frutos surjan y florezcan”.

Sobre la gestión del cambio, el autor subraya la proactividad como característica del auténtico líder o aspirante porque, “en ocasiones, el respeto a unas normas implicaría la traición del sentido más profundo de esas indicaciones”. Añade que, “cuando todo funciona en una organización, resulta fácil permanecer en ella. Lo complicado es mantener la palabra dada cuando, con o sin culpa de la propia estructura, las cosas ya no marchan. Tan enemigo de la ética y del sentido común se encuentran la cobardía como el cerrilismo”.

Diriges si comunicas

Los años que llevo siguiendo el pensamiento del profesor Fernández Aguado y aplicándolo a communication han cuajado en mi modelo Communicagement, traducible en tres palabras: diriges si comunicas. Tal y como suponía, leer Roma, escuela de directivos brinda enjundiosos ejemplos, también de comunicación efectiva.

Un primer caso es el ya citado Escipión, del que el autor resalta su habilidad para realizar hazañas y contarlas bien, porque “eficacia técnica y capacidad de marketing no deberían estar nunca reñidas”.

Otro caso digno de mención se refiere a Julio César, artífice de éxitos militares y retóricos que perviven, como su mítica sentencia “veni, vidi, vici”. Justamente, mitos y metáforas se pueden aliar para superar una crisis. Ambos elementos resultan claves al tomar decisiones personales y organizativas.

Premisa básica para el uso ético de mitos y metáforas es su fundamento en la verdad o realidad de las cosas. “Negar la gravedad de la situación empleando un ciego optimismo sería tan dañino como un pesimismo redomado, incapaz de columbrar salidas a la oscuridad”.

El verbo comunicar procede del latín, communicare, una de cuyas acepciones es compartir. Por ahí fueron los tiros de lo que hirió de muerte a un proyecto llamado Imperio Romano. “Para que una organización prospere es imprescindible contar con una ilusión compartida: una disposición coparticipada de implicarse en el sacrificio que reclama sacar adelante una iniciativa. Cuando todos aportan, los obstáculos se superan con prontitud. Cuando se pierde el alma, las organizaciones empiezan a renquear porque cada uno de los implicados procura únicamente su beneficio”.

¿En qué se parecen un emperador romano del siglo I y un CEO español del XXI? En casi todo lo importante. Fernández Aguado ha vuelto a demostrar en Roma, escuela de directivos por qué es para muchos el pensador contemporáneo de referencia sobre Gobierno de personas y organizaciones, y sobre muchas otras cuestiones.