Aborto: corazón y ciencia (30 marzo 2009)

Enrique Sueiro y Natalia Horstmann, directora de Comunicación del Centro de Investigación Médica Aplicada (CIMA)

El Periódico de Catalunya, 30 marzo 2009

Mirar a los ojos de una mujer que ha decidido abortar o que ya lo ha hecho enseña mucho más de lo que difícilmente se puede esbozar en pocas líneas, sobre todo, si la mirada es sincera y la escucha comprensiva. Un asunto tan delicado requiere una sensibilidad que la ciudadanía espera. El debate sobre el aborto brinda la oportunidad para un diálogo sereno, sin extremismos ideológicos ni silencios cómplices. ¡Podemos!

Como decía Hillary Clinton, el aborto es una tragedia («sad, even tragic choice», The New York Times, 2005). Un primer paso lleva a intentar comprender lo que sólo una mujer en esa tesitura siente por circunstancias muy diversas. No juzguemos a nadie porque, entre otras cosas, nos puede pasar a cualquiera. Al mismo tiempo, no es honesto eludir principios éticos elementales. Hay cosas buenas y cosas malas, y su bondad o maldad es independiente de consensos. El tabaco no mata porque lo diga la cajetilla; ni el exceso de velocidad es peligroso porque lo penalice la DGT; ni la violencia machista es aberrante porque la condene el Gobierno. Son realidades dañinas en sí mismas, lo diga quien lo diga o aunque no lo diga nadie.

Tan intolerable resulta la violencia y la coacción para impedir a una mujer acceder a una clínica abortista, como negarle ayudas cuando, ante un embarazo imprevisto, decide tener a su hijo y se siente sola, padece inestabilidad laboral, falta de recursos, irresponsabilidad del padre, es menor de edad, etc. Junto con la angustia previa a la interrupción del embarazo, hay otra realidad posterior, generalmente ignorada, sobre las secuelas físicas y psicológicas en la mujer.

Además, los avances científicos revelan evidencias, poco conocidas por el público general, del proceso biológico natural del cuerpo de la embarazada. Así, una especie de diálogo molecular desde el primer momento entre el embrión y la mujer permite que, a pesar de ser algo extraño a la madre, las defensas naturales no se activen. Esta tolerancia inmunológica se inicia a través de una red de sustancias que liberan y desactivan todas las células maternas que generarían el natural rechazo hacia lo extraño.

También hoy conocemos detalles del embrión de 1 día. En este sentido, se dice que guardamos memoria de nuestro primer día («Your destiny, from day one», Nature, 2002). Igualmente sabemos que en el embrión de 16 días comienza la formación del sistema nervioso y el esbozo cardiaco, que la circulación sanguínea propia del embrión se inicia a partir del día 20, que el primer latido se produce el día 21… Disquisiciones menores al margen, lo patente es que hay una vida y, desde luego, es humana.

Gracias a la prensa, la ciudadanía conoce el mundo fascinante de la ciencia más humana. Es memorable la foto de la manita del pequeño Samuel, de 21 semanas de gestación y un diagnóstico de espina bífida, que se agarra al dedo -precisamente el corazón- del cirujano que le realizaba la operación intrauterina. La imagen dio la vuelta al mundo e hizo pensar (Should a Fetus Have Rights? How Science Is Changing the Debate, Newsweek, 2003).

Prueba de que “podemos” es la entrañable escena de ver a Izaskun formular una pregunta a nuestro presidente del Gobierno en TVE. A nadie se le oculta que otros seres humanos diagnosticados con Síndrome de Down no tuvieron la oportunidad de nacer. Por eso, parece razonable ampliar derechos a los más débiles para no discriminarlos y hacer de la igualdad un valor en alza, digno de los derechos humanos del siglo XXI. A la tragedia personal del aborto no añadamos la cárcel para la mujer. De acuerdo, pero anticipémonos a la sad, even tragic choice. Demos un paso más y démoslo antes: a la tragedia de un embarazo indeseado no añadamos la tragedia superior del aborto. Esto es audacia y esperanza.

Sin duda, tenemos distintos puntos de vista, diversas sensibilidades y experiencias personales variadas. Esa pluralidad es enriquecedora si ampliamos el derecho a saber para aumentar cotas de libertad; si estamos abiertos a cambiar de opinión y, por tanto, progresamos sin retroceder. ¡Podemos!

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